Hablar de zona metropolitana en Colima, es sinónimo de «visión de futuro» de progreso, y no tanto de fenómeno urbano o de políticas de coordinación. Particularmente, para una ciudad capital que quiere ser una metrópoli modelo, los problemas de definición y delimitación, son similares a los de las grandes ciudades. Aún en la escala pequeña, gestionar una zona metropolitana pasa por un proceso de coordinación interinstitucional y de disputas por el control o protagonismo político del territorio, aspectos que caracterizan numerosos sistemas de gobernabilidad en las ciudades mexicanas, latinoamericanas y de todo el mundo.
Si el fenómeno metropolitano es el futuro de las ciudades del nuevo milenio, y de la agenda política municipal, ¿qué podemos aprender de sus experiencias para definir las metrópolis de hoy?
¿Qué es una zona metropolitana?
Definir la metrópoli ha generado un amplio debate que parte desde la concepción misma del concepto “metrópoli” para definir las ciudades del nuevo milenio, hasta sus implicaciones en la delimitación territorial e institucional de la misma. ¿Dónde empieza y dónde termina una metrópoli? ¿Porqué necesitamos delimitarla? ¿Cuáles son los criterios que usamos para definirlas y delimitarlas?
Ingersol (2003) escribía que el término ciudad no podía ser adecuado para concebir la imagen de las ciudades actuales. En las definiciones citadas por Aguilar (2005), la metrópoli se considera como una “gran” extensión territorial que funge como núcleo central concentrando el dominio político y económico de la periferia. Sin embargo, no encontramos un criterio válido para determinar cuan grande tiene que ser este territorio para poder llamarse metrópoli, con que escala de medida podemos definir una basta extensión territorial.
Un poeta contaba:
“Cuando salí de mi pueblo y llegue Santa Cruz de Tenerife la capital de mi isla, entendí que mi pueblo no era una ciudad, cuando salí Santa Cruz de Tenerife y me fui a Madrid capital del país, entendí que Santa Cruz no era una ciudad, pero cuando llegue a la Ciudad de México, no pude entender más nada”.
La definición de Aguilar (2005), también nos habla de la metrópoli como núcleo central que domina la periferia contigua, sin embargo en su estudio acerca de las periferias. Ingersol sostiene que así como la nueva ciudad no puede llamarse ciudad, las nuevas periferias tampoco pueden llamarse periferias ya que no dependen enteramente del centro, debido a que estas han creado nuevos núcleos de concentración, modificando así la estructura de la metrópoli, para entonces entenderla como una red de pequeñas / grandes ciudades con fuertes relaciones interfucionales.
Llámese delegaciones, municipios o regiones, el fenómeno metropolitano cambia constantemente su escala debido a las dinámicas que introduce la globalización, con la necesidad de alianzas entre territorios para incrementar su potencial en la competencia económica global. Ser urbanamente competitivos resulta una determinante para la delimitación, ampliación o disminución de una metrópoli, donde la dependencia o influencia dominante funciona como criterio de delimitación no solo para la […] suma de actividades que desarrollan las personas que viven (Aguilar 2005), sino también para cubrir la necesidad de una eficiencia urbana integral que beneficie al ente en su conjunto a través de un proyecto de ciudad único, que sea capáz de conciliar la multiplicidad de identidades que la conforman.
Sin embargo, la visión central de metrópoli se confronta en la práctica con la realidad pluralista de sus partes, cuando ser parte de esta es el resultado del crecimiento desmesurado de la mancha urbana, o bien de una unión estratégica para el desarrollo económico, que obliga a la convivencia y transformación de identidades locales y sobretodo de los sistemas de gobernabilidad urbana, es aquí donde la delimitación representa un problema.
La metrópoli desde el reto de la gestión
Diversos estudios nos han expuesto casos representativos de delimitación y gestión de las zonas metropolitanas (Aguilar 2005, Rodríguez 2005, Sainz 2003, Zentella 2005), en los que el problema de delimitación parte de la necesidad de dar respuesta a un escenario de ingobernabilidad producto de la complejidad generada por el crecimiento urbano. Los problemas de la delimitación se traducen en la delimitación de los problemas cuando –como lo mencionó la Maestra Bonnafé, delimitar es decidir quien está dentro o fuera de la integración de estas gobernabilidades. Rodríguez (2005) sugiere que […] el gobierno metropolitano es sinónimo de fortalecimiento de la identidad territorial, pero ¿qué sucede cuando en la distribución del “pastel metropolitano”, dejamos fuera a aquellos que forman parte de la vida y crecimiento económico de una metrópoli?
La delimitación tiene sin duda imperativos de gestión, sin embargo se ha dicho en numerosas ocasiones que estos límites son creados de forma arbitraria, donde la integración efectiva de las relaciones interinstitucionales juega un papel secundario de frente a los intereses económicos y políticos que son el principal objetivo de la delimitación, llevando consigo decisiones que en muchos de los casos representan la generación de problemas para la vida diaria de aquellos no considerados “dentro” -parte de la metrópoli, como en el caso de las cuotas de transporte como zonas suburbanas para asentamientos irregulares de la ciudad de León.
¿Cuál es la ética que precede al definir quien merece ser o no ser parte de la metrópoli y que su vez establecerá hasta donde llegan sus límites de influencia y de acción?
La delimitación entonces no es sólo una operación de adición de interacciones urbanas en base a criterios técnicos establecidos (crecimiento de la zona urbana, demanda de productos y servicios, movimiento de personas entre el hogar y el trabajo, etc.), pero una decisión estratégica y/o política de gestión y distribución de poder. Si bien pertenecer a una zona metropolitana puede traducirse en un mayor desarrollo económico, esta también implica tener la capacidad de superar la fragmentación institucional para actuar con responsabilidad ética ante la ciudadanía.
Es entonces cuando el como se delimita la metrópoli para gobernarla presenta dos responsabilidades compartidas: (1) el compromiso ético y social en la formación de una cultura metropolitana, y (2) el pragmatismo político que se debate entre el poder político y la eficiencia administrativa de la delimitación.
El derecho a pertenecer a una metrópoli
Por un lado, delimitar la metrópoli con responsabilidad ética quiere decir en primer lugar determinar quienes forman parte de la ciudad, quienes hacen funcionar la ciudad y cómo la hacen funcionar, a quién le pertenece la ciudad y –como lo escribe David Harvey, ¿quién tiene derecho a la ciudad?.
Definir la ciudad bajo un criterio de “derecho a la ciudad” queda fuera de las fronteras municipales o hasta estatales (como el caso de la Ciudad de México), pero también –en ciertos casos hasta internacionales. Se ha hablado de la complejidad de zona metropolitana fronteriza de México con Estados Unidos, la cual usando este criterio resultaría en la definición de una región metropolitana transnacional, que en base a sus dinámicas de interacción urbana daría derecho de “voz urbana” a los ciudadanos que día a día intercambian lugares de residencia, de trabajo, de diversión, de servicios, etc., sin importar su nacionalidad.
En segundo lugar y como consecuencia del primer punto, delimitar con responsabilidad ética es entender las identidades urbanas de aquello que dejamos “fuera”. Esta identidad no se consigue con el compartir una cultura local, regional o nacional, por el contrario se construye en el día a día de la relación hombre y medio ambiente, sea cual sea su lugar de proveniencia. Millones de personas inmigradas han contribuido a la creación del fenómeno metropolitano de la Ciudad de México, sin que este sea su lugar de nacimiento y sin que estos pierdan la identidad del lugar donde provienen, sin embargo son parte activa de la vida de la metrópoli capitalina y de su identidad urbana construida de diversas fragmentaciones culturales.
La estructura urbana en Europa se caracteriza principalmente por conformar grandes regiones metropolitanas concebidas por la interrelación e interdependencia de centros urbanos de medianas proporciones, donde la identidad metropolitana europea convive con culturas diferentes (Serra, Otero y Ruiz 2004).
En el caso italiano, existe una gran fragmentación de identidad cuando se habla del lugar de pertenencia, esta identidad se ve fortalecida cuando se trata de defender otra identidad territorial más extensa, que pasa desde la lucha política y económica entre la Venecia antigua y la moderna, hasta la fragmentación política y económica entre el la Padania (el norte) y el Mezzogiorno (el sur). A esta dinámica se aúna una rotura social entre la identidad italiana y aquella de los millones de emigrantes que realizan el trabajo duro de la construcción de la “ciudad” y que sin embargo se han ganado el derecho a la ciudad. La ética en la inclusión de todas las partes activas de la metrópoli, permite que esta considere la identidad urbana fuera de los criterios de pertenencia a una cultura de proveniencia, definiéndola en base a participación del individuo en la construcción de la metrópoli.
En último lugar, establecer quien tiene derecho a la ciudad para delimitar es también una tarea que se lleva acabo a través del fomento a la participación de la ciudadanía, lo que Healey (2002) llama “dar voz a un lugar”. Dar voz a las necesidades urbanas es una responsabilidad ética por parte de la sociedad, ya que evidencia esta identidad de pertenencia y de responsabilidad ciudadana por involucrarse en la gestión del entorno que habita, lo que Rodríguez (2005) denomina como […]instalar el tema de la opinión pública, donde […]una opinión difiere de la proveniente de un sujeto o una suma de sujetos.
La metrópoli nace cuando nace la gestión metropolitana
Por otro lado, delimitar la metrópoli es sin duda un imperativo de gestión que se confronta con el pragmatismo político de los sistemas de gobernabilidad urbana. Problemáticas comunes que enfrentan las metrópolis sin importar su dimensión territorial o influencia en el mercado económico global, son:
(1) la falta de coordinación interinstitucional entre municipios, sectores públicos, sociedad civil, sectores académicos y de investigación, para hacer ejercer un proyecto integral de ciudad;
(2) la luchas por el control político del territorio que lleva a la delimitación del territorio en base a criterios de distribución de poder; y
(3) la falta de instrumentos de información necesarios y compartidos para la determinación técnica más eficiente de la delimitación metropolitana, limitantes que se traducen en lagunas de información, restricciones de tiempo para la elaboración de estudios, recursos económicos, y recursos intelectuales.
Estos tres factores, son los que en gran parte de los casos determinan los “objetivos” principales, los criterios base, los recursos a considerar y las políticas a justificar por medio de una delimitación metropolitana. Definir nuevos instrumentos para la delimitación es irrelevante si el contexto de su sistema de gobernabilidad urbana no se transforma, eliminando con esto la laguna entre la eficiencia administrativa y la eficacia de las políticas.
La metrópoli como resultado de un capital institucional
Para una eficiente delimitación metropolitana se requieren de objetivos coordinados en una visión urbana holística forjada mediante la coordinación interinstitucional que se traduce en su capital institucional: la plataforma principal para la construcción de un capital relacional fundada en relaciones de comunicación, confianza y colaboración entre las partes (capital social), que a su vez se compone de conocimientos, valores compartidos y mutuo entendimiento (capital intelectual), así como de una voluntad política para actuar conjuntamente, pero no solamente de parte de los políticos sino también voluntad de participación de la ciudadanía (capital político).
Los casos europeos como el de Gran Londres, son un ejemplo de cómo esta visión de este grado de colaboración, mutuo entendimiento en la compartida de un proyecto común y sobretodo voluntad política para actuar, pueden sustentarse en el tiempo a pesar de las decisiones contrapuestas de un nivel central, demostrando que la construcción de capital institucional es la base para lograr mayor eficiencia en las políticas urbanas, empezando por el concepto de delimitación.
La metrópoli como el reflejo de su identidad cultural
El problema de la delimitación lo concentro entonces es estos dos aspectos:
(1) La formación de una cultura metropolitana basada en la identificación y construcción de una identidad urbana, capaz de construir una visión holística de proyecto “metrópoli”, que fomente el compromiso ético de la delimitación para maximizar el beneficio de las acciones en la ciudad, y fomentar la participación responsable de la ciudadanía, abriendo nuevos y efectivos canales de comunicación para dar “voz” a las personas que hacen la ciudad.
(2) La transformación de la gobernabilidad urbana a través de un proyecto de construcción de capital institucional al largo plazo, donde la voluntad de actual conjuntamente a favor de la ciudad, sea el resultado del incremento de colaboración, coordinación y confianza entre las partes involucradas, así como en el fomento al dialogo que permita cimentar nuevos escenarios de entendimiento mutuo entorno a un proyecto común.
La Región Metropolitana de Barcelona es un ejemplo clave de cómo el crecimiento metropolitano puede no ser un sinónimo de caos, si en su planeación se considera y fomenta la identidad local catalana al mismo tiempo que su identidad como crisol de culturas, desarrollando constantemente proyectos urbanos de innovación que fortalecen no solo la identidad de ciudad-metrópoli-región, sino también la constante transformación y flexibilidad en sus sistemas de gobernabilidad, donde la delimitación metropolitana no se reduce a un criterio dimensional pero como una oportunidad de participación en un fenómeno metropolitano “controlado”.