El tren como analogía de modernidad en Macondo

Hay ciudades que nace, florecen y mueren por el paso de un tren. Eso nos enseñó Macondo en «100 años de soledad»

Leí «Cien años de Soledad» hace más de 20 años. Recuerdo dos sensaciones: La curiosidad de saber si podría simular un texto similar a través de la historia de mi familia y mi país, y el tren como el elemento que acompaña el desarrollo y la desaparición de Macondo.

En mi primer gran viaje en solitario decidí llevarme «Cien años de Soledad». Decidida a leer mi primer libro clásico con en objetivo de cubrir la ausencia de formación literaria en la escuela. Empecé tarde. Mi mamá me lo recomendó y de ella admiraba que todo sabía «¿Cómo sabes tanto?, -Leo» nos contestaba. Así que mi viaje a Macondo fue también el inicio de una afición por la lectura.

Descubrir la vida y muerte de Macondo fue lo más impactante para mi. Quizá por mi interés creciente por el desarrollo de las ciudades. 20 años después de la única lectura completa que le he dado, recuerdo la descripción de ese pueblo de apenas algunas casas a la orilla de un río. Cuando la naturaleza era el eje rector de la vida comunitaria.

La familia Buendía cuya historia corre en paralelo al crecimiento del pueblo. Sus medios rústicos de transporte, la llegada del correo, de las primeras carreteras y de la búsqueda de la modernidad, que se vería materializada en la llegada del ferrocarril. El tren amarillo traería prosperidad. Ahora el mundo externo podría conectarse con Macondo y ser partícipe de su esplendor, pero también de su desgracias y desaparición.

El tren es el elemento narrativo que irrumpe, que de pronto acelera la vida de la familia Buendía. Incorpora la velocidad, el manejo del tiempo y las distancias ahora alcanzables a las dimensiones intrapersonales entre los miembros de la familia.

«El inocente tren amarillo que tantas incertidumbres y evidencias, y tantos halagos y desventuras, y tantos cambios, calamidades y nostalgias había de llevar a Macondo»

El ferrocarril hace visible a Macondo, lo lleva a la modernidad, lo conecta con el mundo, permite que sus hijos e hijas lo exploren y es el elemento de fractura de los amores que no volverán. Un tren que incentivaba la economía local para complacer a sus pasajeros, dividió al pueblo y sus clases sociales, traía los placeres de la carne y terminaba evocando los vagones cargados de cadáveres que tirarían al mar en tiempos de guerra.

El tren de pasajeros que provocaba asombros terminó siendo solo un transportador de carga, de paso, que raramente se detenía ya en las estaciones abandonadas de un pueblo que se va abandonando.

La descripción de la ciudad que desaparece, se pierde en una nube de polvo que parece ser arrasada por un huracán, fue el momento más emotivo para mi. Por años, esa imagen fue el final del libro, aunque el destino de la familia Buendía se describiría aún por algunas páginas más.

Imposible no pensar que esta metáfora de la modernidad no vuelva a presentarse en nuestros días, cuando la discusión de un tren que debe traer modernidad a las zonas que piden progreso parece ser tomada de este realismo mágico creado por Gabriel García Márquez hace poco más de medio siglo.

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